Historias de fantasmas en Nueva Orleans: Casas encantadas, bares, cementerios y más

Quizá la casa encantada más infame de Nueva Orleans, esta elegante mansión del Barrio Francés esconde un pasado truculento. Se descubrió que Madame Delphine LaLaurie, rica dama de la alta sociedad, había torturado a personas esclavizadas en su ático antes de huir de la ciudad en 1834.

Desde entonces, lugareños y visitantes han informado de gritos espeluznantes, figuras sombrías y puntos fríos cerca de las ventanas de la mansión, que se dice que son los espíritus inquietos de sus víctimas.

Esta hermosa residencia de ladrillo rojo de la calle Royal fue en su día escenario de una horrible masacre. En el siglo XIX, un misterioso "Sultán" vivía supuestamente aquí, organizando fiestas salvajes hasta que una noche, toda la casa apareció masacrada y el Sultán fue enterrado vivo en el patio.

Los huéspedes siguen afirmando que oyen música tenue y pasos que resuenan en el interior del edificio cerrado.

Hogar de la tumba de Marie Laveau, la legendaria reina vudú de Nueva Orleans, este cementerio histórico está impregnado de relatos sobrenaturales.

Los visitantes afirman ver la aparición de Marie con su característico turbante, sobre todo cerca de su tumba, a menudo acompañada de olor a incienso o susurros en criollo. Muchos dejan ofrendas con la esperanza de ganarse su favor o evitar su ira.

Construida en el emplazamiento de un internado masculino que se incendió en el siglo XVIII, se dice que esta posada de Royal Street alberga los espíritus de los jóvenes que perecieron en el incendio.

Los huéspedes han afirmado oír risas, pasos que corren e incluso han encontrado sus pertenencias misteriosamente movidas, juguetonas bromas del más allá.

Este elegante restaurante fue en su día la casa de Pierre Antoine Lepardi Jourdan, que trágicamente se quitó la vida tras perder su casa en una partida de póquer.

Hoy, el personal le prepara diariamente una mesa en la sala de sesiones espiritistas, donde los vasos tintinean solos y las sombras bailan en las paredes, un gesto respetuoso para mantener contento a su eterno huésped.

Cuenta la leyenda que, cuando llegaron las monjas francesas, trajeron consigo a un grupo de jóvenes conocidas como las Chicas del Ataúd. Los lugareños pronto murmuraron que los cofres cerrados que llevaban no contenían ropa, sino vampiros.

Hasta el día de hoy, la gente afirma que los postigos del tercer piso del convento permanecen sellados para mantener algo, o a alguien, dentro.